Excursión a Lodeiro

Eduardo Blanco Amor


En vista de que lo más de la pintura vino a quedarse en literatura, los pintores vienen ahora a los literatos para que los contemos. Yo no cuento, en este caso, lo que no sé, porque de pintura no entienden más que los pintores, siempre que no lo sean de nacimiento; yo cuento lo que vi:


Lodeiro pinta en seis habitaciones, a veces en todas a la vez, en su ex casa, y ahora estudio; casa terreña, entre arrabal y agro, en las afueras de Vigo. Casa fuera de escuadra como aún ejerciendo libertad antiinmobiliaria, en los medios de una huerta ya melancólicamente desmañada, aunque no yerma, que lo yermo está prohibido en Galicia. Se le asoman coles, que se ofenderían sintiéndose llamar berzas, como sombreros de damas camp, en su alta pértiga con vaivenes de la brisa, collares de rocío y esas cosas también camp. Cepas viejas, como laocontes, y así, aún vivas en unas hojillas trémulas hacia octubre. Vienen por el aire diminutos camafeos como insectos y se quedan en redondel y zumbido hasta el fin de la luz, y pequeños bichos blandos -salamandra, lesme, oruga- arrastrándose sobre su vientre, tiernamente confiados. Esa es la verdad, aunque a uno le quede mal el decirlo, en el estilo adecuado.

Los innumerables niños aguerridos del pintor vienen muchas tardes de visita, y el pintor los espía de reojo por si pintan; y entonces (como sería su deber de padre cuidadoso con los niños que no quieren quedarse en per cápitas dóciles) colgarlos de la más cercana higuera y enterrarlos al pie del cerezo. Mas, en los instantes de descuido, los niños pintan lo que serían repentinos picassos a los cien años, y exponiendose a llegar ellos mismos, cumplidos los noventa, a ser Casados de Alisal, o así, contando el cuento al revés.


Los cuadros son tantos que no hay nada que no sean cuadros; escalan las paredes, andan boca abajo por el techo, dan la vuelta a las esquinas y a poco que el pintor no vaya por allí, de un día a otro se le deshojan, se le apagan o maduran y reviven a otros colores, sin retoque, sólo con dejarlos estar entre la naturaleza en torno, porque ellos mismos no han dejado de ser naturaleza. De vez en cuando, las brétemas del país lo envuelven todo, lo metaforizan, lo metabolizan, lo volatilizan todo y además le suministran al pintor el ectoplasma necesario, y también del país, con que se configuren indispensablemente, solo indispensablemente, las figuras; así que cruzan un instante por el cuadro, te echan unas miradas del días irae, llenas de resentimiento y avisos primicristianos, o ya visigóticas de mural, y salen del cuadro por la otra banda, dejándote perplejo, por si fuera verdad. Otros cuerpos, ahora ahembrados, nacarados, aunque muy relativamente sólidos, gaseosos más bien, se interfunden, se emulsionan y misturan pero sin perder entidad, que también podrían ser sueño o música. En medio de este delirio que entra y sale por las cien ventanas, que de pronto resultan ser cuadros y viceversa, este Lodeiro, pálido, insomne, vibratorio, va y viene cambiando paletas y habitaciones, en duchas oculares, aunque escocesas, del rojo al verde, del blanco al negro, del azul al... Perseguido por las Furias, queriendo salvarse del vórtice aplacándlolo, aquietandolo en geometrías, en ondulaciones de la física, en guirnaldas de linea seca, ardiente, reiterada como en las fugas de la música barroca o en las "leixaprens" de la arcaica poesía, y con súbitas aspersiones del más inconsecuente cereal, brotando entre las grietas minerales como homenaje agrario, o no sé qué simbolos; porque estas apariencias, tan expresas y desnudas, están llenas de sigilo y de mágica aventura como es sólito en lo gallego, aún en lo más cotidiano.


Y luego, y una y otra vez, sigue en la doma y reducción del mundo indómito cristalizándolo en rombos, en series aéreas y cilindricas de órganos orográficos; en prismas de repetida seguridad mediante: Perliadas veneras en surco y festón y en altivos y dominantes hexaedros, suponiendo que yo sepa a ciencia cierta qué es un hexaedro, pero es igual. Con todo, y quizás por todo, este arcángel flamígero, tabernario, cuarentón, bueno hasta el llanto, flaco hasta el fácil vuelo, gritón y exaltado hasta la frontera demencial, es hoy entre los pintores ya "hechos" de Galicia, creo que el único que sigue haciéndose, deshaciendose, rehaciéndose, preguntándose, desmintiéndose, averiguándose, en suma, luchando sueños enteros, dias y noches enteros como Jacob con el ángel; consumiéndose en meses, ciclos personales que en otros serían años, y saliéndose con la suya -con lo suyo* una y otra vez, y así será, creo hasta su final demolición. Y en medio de tanta lucha, de tanta sazón y desazón, yo pienso que sólo con esas treguas que vienen a ser sus totalmente adorables guaches de carpeta, como quien inventa canciones entre dientes, mientras va y viene por los andamios de las tremendas estructuras, sacudiéndose de rojos de las primeras geologías, de azules oníricos, de blancos de resurrección, y de ensordecedores amarillos: Yo pienso y digo que sólo con estos guaches (me llevo uno) de aparente pasatiempo y sedación, otros muchos pintores hubieran montado, incluso con aplauso merecido de la crítica, una feraz carrera contante y sonante, sin más embrollos, angustia ni autodesafios.


Conque ahí quedan estas palabras de mi experiencia, Lodeiro, más que de mera amistad proclamando mi asombro, mi profecía, mi agradecimiento y mi solidaridad ante esta lucha ciclópea, frente a tanto enanismo satisfecho, premiado, comprado y condecorado de la pintura "patria".


Gracias, tú.

Eduardo Blanco Amor